El lector es vago. Eso te conviene | PA#001
El truco de persuasión que hace que tu lector complete lo que no no le decís
Esta semana recordé algo que me voló la cabeza: estaba revisando una novela que corrijo hace meses, cuando me di cuenta de algo vergonzoso: la protagonista se refería a otros personajes como "su novia" o "el vecino" en lugar de usar sus nombres.
Todavía no había decidido los nombres de la novia ni del vecino, pero sonaba raro. Sonaba a parte médico en lugar de contar una historia.
Fue entonces cuando…
Recordé una verdad fundamental sobre la mente del lector: el lector asume normalidad por defecto.
Pensá un segundo. Cuando escribís "entró a su habitación", ¿qué se imagina el lector en su cabeza? No está imaginando el Palacio de Versalles ni la choza de Tarzán. Está viendo algo promedio, algo familiar. Una habitación normal de una casa normal en un día normal.
El cerebro humano es eficiente hasta el punto de la pereza. No va a gastar energía inventando detalles exóticos a menos que tú le des una razón específica para hacerlo.
Esta revelación me voló la cabeza —de nuevo— porque cambió completamente mi perspectiva sobre qué describir y qué no. Cuando comencé a escribir, necesitaba pintar cada puto detalle para que el lector viera mi rocambolesca historia. Pero resulta que el lector ya está viendo algo. En menos de trescientos milisegundos —una pequeñez infinita—, su cerebro está llenando el vacío con información que considera normal.
Nunca olvides: el cerebro odia el vacío.
Tu trabajo no es describir todo. Tu trabajo es saber cuándo romper esa normalidad que el lector ya está asumiendo.
En la música, las notas que resaltan son las que rompen el patrón esperado, para bien o para mal. Si tu personaje vive en una casa normal, no necesitas describir la casa. Pero si vive en una casa donde todas las ventanas están tapiadas, ahí sí necesitas ser específico porque estás rompiendo la configuración por defecto.
Volví a mi cuento y cambié todo.
En lugar de "su novia llegó tarde", escribí "Clara llegó tarde". En lugar de "el vecino tocó el timbre", puse "Rodríguez tocó el timbre". Todo se volvió más musical, más agradable.
Los nombres acercan. Las etiquetas distancian.
Pero hay algo más profundo acá. Cuando no usás nombres, inconscientemente estás creando una barrera emocional entre el lector y tus personajes. Estás describiendo extraños en lugar de personas reales.
En la vida real, cuando contamos una historia, decimos que María llegó tarde; no decimos que mi hermana llegó tarde, a menos que tengamos alguna razón para mantener esa distancia. Nuestros textos deberían funcionar igual.
Este principio se aplica a todo: escenarios, objetos, situaciones. El lector va a asumir un día sin lluvia, ni frío ni caliente, una cama estándar, un auto promedio, una conversación en volumen normal. Solo necesitás intervenir cuando querés que sea diferente.
La próxima vez que escribas, preguntate: ¿qué está asumiendo mi lector que ya no necesito explicar? ¿En qué momentos necesito romper lo preestablecido para contar mi historia?
Porque resulta que el lector no es vago por defecto. Es eficiente. Y entender esa eficiencia puede hacer que tu escritura sea infinitamente más efectiva.