Somos mentirosos profesionales —y está bien | PA#005
El mito que explica por qué carajo escribimos
En las crónicas de América de Cabeza de Vaca, encontré una referencia a Joaquín de Montemayor, un cronista español del siglo XVII que, con los diarios de Cabeza de Vaca bajo el brazo, se pasó la vida recopilando mitos americanos. En una de sus colecciones, Montemayor transcribió una leyenda de los pueblos del río Grande sobre «los hombres que cuentan historias de otros mundos».
Según el mito, estos hombres llegaban de tierras lejanas y tenían la capacidad de crear realidades alternativas solo con sus palabras. Los americanos los respetaban porque sabían que sus historias contenían verdades sobre el mundo real que ellos mismos no habían podido ver hasta ese momento.
La leyenda decía algo como:
«Y cuando estos hombres mueren, sus historias siguen viviendo en las bocas de otros, hasta que nadie recuerda si lo que cuentan pasó de verdad o fue inventado. Pero eso no importa, porque todas las historias buenas terminan siendo verdaderas».
Me di cuenta de que tal vez ese mito americano sobre los creadores de historias era, en sí mismo, una historia inventada por alguien que entendía perfectamente lo que significa ser contador de historias. No puedo verificar si Montemayor existió realmente, pero la leyenda es demasiado perfecta para no ser cierta.
Y eso es lo que tratamos de hacer los escritores. Cada historia que escribimos es, en el fondo, un pequeño sistema de creencias que le ofrecemos al lector. Una manera de procesar algún aspecto de la experiencia humana.
No estamos solo entreteniendo. Estamos participando en la tradición humana más antigua: crear historias que ayuden a entender qué carajo significa estar vivo en este momento específico de la historia.
Los humanos somos, en esencia, una especie creadora de mitos. Siempre lo fuimos, y todas las evidencias sugieren que siempre lo seremos.
Las teorías de conspiración, los memes virales, las leyendas urbanas que circulan por WhatsApp son todas formas modernas de mitología. Cumplen la misma función narrativa que los mitos antiguos: dar sentido a un mundo complejo y a menudo incomprensible.
La diferencia es que ahora nuestros mitos se propagan a velocidad digital en lugar de velocidad oral.
Fijate en cómo funciona una teoría conspiratoria exitosa. Toma eventos reales que parecen desconectados o confusos, y los organiza en una narrativa coherente con protagonistas, antagonistas, motivaciones claras y una estructura dramática satisfactoria.
Ahora, los jóvenes le decimos storytelling. Bueno, es storytelling en su forma más pura, aunque esté basado en información falsa.
Pero acá es donde se pone interesante para nosotros como escritores: ¿qué hace que algunas narrativas se peguen en la cultura y otras no?
Las narrativas que perduran, ya sean mitos antiguos o historias contemporáneas, comparten ciertas características. Hablan de miedos y deseos universales. Tienen personajes arquetípicos que la gente puede reconocer inmediatamente. Ofrecen explicaciones que se sienten emotivamente satisfactorias, aunque no sean lógicamente perfectas.
Y algo importantísimo: las mejores historias mitológicas no resuelven todo. Dejan espacio para que la audiencia complete espacios en blanco, para que proyecte sus propias experiencias —o mejor: sus miedos— sobre la narrativa.
Esto se aplica directamente a nuestro trabajo. Cuando escribís una historia, no estás solo contando una secuencia de eventos. Estás creando un pequeño sistema mitológico que permite a los lectores procesar algún aspecto de su experiencia.
Una historia de amor no es solo sobre dos personas que se enamoran. Es un mito sobre qué significa la conexión humana, sobre cómo navegamos la vulnerabilidad, sobre qué estamos dispuestos a sacrificar por intimidad.
Una historia de terror no es solo sobre cosas que dan miedo. Es un mito sobre cómo enfrentamos lo desconocido, sobre qué pasa cuando perdemos control, sobre los límites de la racionalidad humana.
Una historia de ciencia ficción no es solo sobre tecnología futura. Es un mito sobre cómo el cambio afecta la naturaleza humana, sobre qué permanece constante cuando todo lo demás evoluciona.
Entender esto cambia completamente cómo pensás sobre tu audiencia. No estás escribiendo para lectores pasivos que quieren entretenimiento. Estás escribiendo para otros creadores de mitos que están buscando herramientas narrativas para entender su propia experiencia.
Y acá viene algo que me parece fascinante: las historias más poderosas son las que logran convertirse en marcos de referencia para experiencias reales.
Cuando alguien dice «esto parece sacado de Kafka» o «es como una película de terror», está usando ficción como mitología para procesar realidad. Tu historia se convirtió en parte del arsenal narrativo que esa persona usa para entender el mundo.
Eso es poder mitológico real. No es que tu historia sea popular. Es que tu historia se volvió útil para explicar experiencias que antes eran difíciles de procesar.
Como escritores, tenemos una responsabilidad extraña y hermosa. Somos parte de la infraestructura cultural que permite a la gente dar sentido a sus vidas. Nuestras historias se convierten en lentes a través de los cuales otros ven el mundo.
Es posible que todo este argumento sobre mitos y responsabilidades culturales sea una elaborada justificación para un oficio que consiste, en esencia, en inventar mentiras entretenidas.
Tal vez los escritores hayamos desarrollado esta teoría de la trascendencia narrativa por la misma razón que los alquimistas inventaron el flogisto: para dignificar una práctica que, examinada de cerca, es simplemente artesanía.
Aunque me gusta pensar que eso es lo que somos: la tribu sentada alrededor del fuego, inventando explicaciones sobre por qué el mundo es como es. Solo que ahora el fuego es una pantalla y la tribu es global.