Tu hermana sabe más de escritura que vos | PA#007
El truco mental que usan los escritores profesionales
Una de las cosas más difíciles de escribir en soledad es aprender a ser tu propio editor. No hablo de corregir ortografía o puntuación. Hablo de una habilidad más sutil, detectar cuándo tu intención como autor no se está transmitiendo claramente al lector.
Esta semana voy a escribir sobre una técnica que funciona en varios aspectos: leer lo que escribo en voz alta, pero imaginando que se los estoy leyendo a alguien específico.
No es leer en voz alta en general. Es leer imaginando que tengo enfrente a una persona concreta con gustos, paciencia y conocimientos específicos.
Ya sé, es mucho trabajo. Si, pero eso es escribir. Sigamos…
Cuando leo para mi hermana, que no lee ficción, inmediatamente detecto las frases rebuscadas, los pasajes que suenan pretenciosos, las referencias que solo entendería alguien familiarizado con literatura. Su voz imaginaria en mi cabeza me dice que esto no se entiende o ¿para qué tantas vueltas?
Mi amigo que lee Stephen King es un lector hambriento. Necesita que pasen cosas, necesita sangre en el agua, necesita saber quién va a morir en la próxima página. Cuando leo para él, puedo sentir su impaciencia. Una bestia enjaulada: si no le doy acción en los próximos dos párrafos, va a cerrar el libro y prender Netflix.
Cuando leo para mi vieja, que tiene poca paciencia con descripciones largas, encuentro los párrafos que sobran, las explicaciones innecesarias, los momentos donde estoy sobre-escribiendo. Su voz interna me dice que corte o «ya entendí, seguí».
No es feedback real, pero funciona porque me obliga a escuchar el texto desde perspectivas diferentes a la mía.
El truco —porque siempre tiene que haber un truco— está en elegir lectores imaginarios que representen diferentes neurosis de lectura. Necesitas por lo menos tres demonios familiares en tu cabeza: el que se aburre, el que desconfía, y el que se pierde. Los lectores imaginarios son como críticos de restaurante en tu cabeza: saben exactamente qué no les gusta, aunque no sepan cocinar.
El lector que se aburre te ayuda a encontrar todo lo que sobra. El lector que desconfía —el exigente— te ayuda a encontrar todo lo que falta. El lector que se pierde te ayuda a calibrar si estás siendo demasiado obvio o demasiado críptico.
Pero acá pasa algo más interesante que técnica. Cuando lees para tu vieja, inconscientemente imitás su respiración. Cuando lees para tu amigo kingsiano, acelerás el pulso. El texto se convierte en ventrílocuo de las personas que conocés. Es lo mismo que pasa en conversaciones reales: no le hablas igual a tu jefe que a tu mejor amigo.
Aplicar esto a la escritura significa reconocer que cada texto tiene una audiencia implícita, y que esa audiencia afecta cómo debería sonar el texto.
El problema es que cuando escribimos en soledad, perdemos de vista para quién estamos escribiendo. Escribimos para maniquíes de shoppings. Sin cara, ni manías. Pueden vestir cualquier ropa —tu ropa, mis ideas—, pero sin personalidad propia.
Elegir lectores específicos te obliga a mantener coherencia tonal y te ayuda a tomar decisiones sobre qué incluir y qué omitir.
Otra técnica que uso: después de escribir un párrafo, me pregunto ¿qué preguntas se haría mi lector en este punto? Y después ¿estoy respondiendo esas preguntas en el momento correcto, o demasiado tarde, o demasiado temprano?
El mejor feedback no te dice si el texto está bien o mal. Te dice exactamente dónde la comunicación se está rompiendo entre autor y lector.
A veces el problema es que estás asumiendo conocimientos que el lector no tiene. A veces es que estás explicando cosas que el lector ya entiende. A veces es que estás respondiendo preguntas que el lector todavía no se hizo.
También aprendí que escribir es, sobre todo, tachar. Cada palabra que elimino hace más visible la que queda. Sospecho que el texto perfecto sería aquel del cual no queda nada, pero que se entiende todo.
Si me encuentro releyendo una frase varias veces, probablemente sea porque está mal construida sintácticamente.
Tu primera reacción como lector de tu propio texto, es como el reflejo de sacar la mano del fuego: ¡hacele caso!. El problema es que después viene la mente y dice «no, pero yo quería decir...» y te convence de que lo dejes. Es una discusión interna: vos contra tus instintos.
El lector no lee tu intención. Lee tus palabras.
No lee lo que quisiste decir. Lee lo que dijiste.
No lee tu cabeza. Lee tu texto.
Esta diferencia es todo.
Por eso es tan valioso desarrollar la habilidad de leer tu propio texto dentro de la cabeza de otra persona. Escribir es muy parecido a la ventriloquía: tenés que hacer que tu voz suene en otra persona. Es difícil, no lo voy a negar, pero se puede entrenar.
Otra técnica que me ayudó en muchas oportunidades: después de escribir algo, lo dejo reposar por lo menos veinticuatro horas —o veinticuatro semanas—, antes de editarlo. El tiempo crea distancia, y esa distancia te permite leer mejor.
También funciona: cambiar el formato. Si escribiste en computadora, imprimilo y leelo en papel. Si escribiste en Google Docs, copialo a Word con una tipografía diferente. El cambio visual engaña a tu cerebro para que procese el texto como algo nuevo.
Y algo que aprendí por las malas: no edites mientras escribís el primer borrador. Son dos «modos mentales» completamente diferentes. Escribir requiere flujo, generar ideas, seguir impulsos creativos. Editar requiere análisis, objetividad, pensamiento crítico.
Si tratás de hacer ambos al mismo tiempo, interferís con ambos procesos.
Escribí primero. Editá después. Y cuando edites, hacelo con la cabeza de alguien más.
Lo de dejar que los textos se enfríen durante un tiempo funciona de maravilla. Lo malo es que el proceso se hace eterno, porque si tienes que cambiar muchas cosas hay que volver a editarlo y claro...
Me gusta mucho, y también práctico, lo del cambio de formato. Normalmente escribo en markdown, tratando de imitar una máquina de escribir, y cuando veo el texto en PDF, en letra serif y paginado, parece otra cosa.
Cuando los publico en Substack también son ya otra cosa, pero prefiero no leerlos más, porque ya está bien 😂
Hola Héctor, continúo la discusión por aquí.
Muy buen artículo. Yo vengo utilizando la técnica de leer mis textos en voz alta a la hora de editar, así como nunca editar en la fase de creación. Pero acabas de añadir matices y texturas nuevas a estas técnicas que no conocía. Así que gracias.