Esta semana me pasó algo vergonzoso pero revelador. Estaba escribiendo una escena de guerra, donde al protagonista se le traba el FAL, y de repente me encontré viendo un documental sobre FAL en YouTube. No fue una decisión consciente. Un segundo estaba buscando información del FAL y al siguiente estaba viendo un video sobre cómo se limpia una Luger Parabellum.
Me di cuenta de que había perdido dos horas sin sentir que había pasado el tiempo. El algoritmo de YouTube me había secuestrado con la precisión de un hipnotizador profesional.
Esto me hizo entender algo inquietante: la lucha más difícil del escritor contemporáneo no es contra la página en blanco. Es contra la pantalla que nunca está en blanco, que siempre tiene algo nuevo, algo urgente, algo que promete ser más interesante que la mierda que estoy tratando de escribir.
La escritura requiere atención profunda en un mundo específicamente diseñado para la distracción superficial.
No es solo una cuestión de disciplina personal. Es una forma de resistencia cultural contra un sistema que necesita que tu atención esté fragmentada para funcionar. Las plataformas digitales ganan plata manteniéndote en un estado de distracción constante. El trabajo de escritor necesita lo contrario.
Pensá en cómo funcionaba la escritura hace cincuenta años. Te sentabas con una máquina de escribir o una lapicera, y básicamente no había manera de distraerte sin hacer un esfuerzo físico. Tenías que levantarte, ir a buscar un libro, prender la radio, salir a caminar. Había fricción entre tu atención y cualquier distracción potencial.
Ahora, la distracción está en tu bolsillo, o a un clic de distancia. Y no es distracción random. Es distracción personalizada, algorítmica, diseñada específicamente para explotar tus debilidades.
YouTube sabe que te gusta ver videos sobre comida. Instagram sabe que te enganchás con memes sobre escritura. Twitter sabe que no podés resistir un hilo controversial sobre Milei, o CFK. Cada plataforma tiene un perfil psicológico tuyo más detallado que el que tienen tus amigos más cercanos.
Son vampiros que no chupan sangre: chupan minutos. Te insertan una aguja invisible en la vena más gorda del cerebro y te drenan la atención gota a gota, hasta que te das cuenta de que llevás tres horas viendo videos de gatos haciendo parkour.
Por eso ahora escribo con «modo avión». Es la única manera de que mi cerebro no se escape hacia la dopamina fácil del scroll infinito.
Además, desarrollé algunas estrategias más sofisticadas que te pueden servir:
Primero, puse mi teléfono en blanco y negro. El color es una de las principales trampas que usan las aplicaciones para secuestrar nuestra atención. Sin color, es mucho más fácil ignorar las notificaciones. Doy por sentado que todos tenemos las notificaciones desactivadas.
Segundo, tengo un hack que es escribir sólo 5 minutos, o 100 palabras. Algo ridículamente fácil. Si logro eso, puedo ver un video, o sumergirme en el scroll de cualquier aplicación. Pero por lo general me enfoco y sigo por horas.
Tercero, cuando necesito investigar algo mientras escribo, lo anoto en un cuaderno en lugar de googlear inmediatamente. Esto evita que caiga en bucles infinitos de investigación para terminar una escena.
Cuarto, uso Stay Free que bloquea páginas específicas y se puede programar por bloques. Pero no bloqueo todo internet, porque a veces sí necesito buscar algo. Bloqueo específicamente YouTube, Twitter y Substack, que son mis principales distracciones.
La clave está en entender que no estás luchando contra tu falta de voluntad. Estás luchando contra equipos de psicólogos, neurocientíficos y diseñadores de experiencia que han optimizado estas plataformas para ser irresistibles.
Es una pelea desigual, pero se puede ganar con las herramientas correctas.
También cambié mi concepto sobre qué es productividad en la era digital. Antes pensaba que productividad era escribir más palabras por hora. Ahora entiendo que productividad es proteger tu capacidad de atención profunda.
A veces eso significa escribir menos palabras en una sesión, pero que esas palabras surjan de un estado mental más profundo y concentrado.
Cuando logro escribir en estado de atención profunda, el proceso es más placentero. No solo más productivo, más placentero. Es como la diferencia entre una conversación profunda con un amigo y una charla superficial en una fiesta ruidosa.
La atención fragmentada no solo produce peor escritura. Produce una experiencia menos satisfactoria de escribir.
Si estás luchando con esto, recordá que no estás solo. Toda una generación de escritores está peleando la misma batalla. Y los que están encontrando maneras de ganarla no solo están escribiendo mejor. Están disfrutando más del proceso.
"Ahora entiendo que productividad es proteger tu capacidad de atención profunda". Dénle un Nobel a este tipo.
Excelentes reflexiones. Gracias por compartirlas. Y un cierre finísimo que es desenlace y nudo a la vez. Es decir, concluye pero motiva a seguir.
Creo que casi todas las personas por aquí tenemos experiencias muy similares. Mi experiencia, mi pretexto, es que el proceso entero (desde investigar hasta escribir, corregir y contestar los comentarios) me ayuda a cristalizar información en conocimiento y, cuando voy de idealista, alguna que otra gota de sabiduría.